Conocí a Juan Miguel desde antes de verlo.
Temido por muchos, seguido por algunos, Juan Miguel Zapater Rovira, docente del
departamento de suelos y fertilizantes de la Universidad Nacional Agraria La
Molina, era el abanderado de la agricultura ecológica. Luchaba a capa y espada
contra "la docencia sucia", nombre con el que se conoce a los
principales agroquímicos cuyo uso ha sido prohibido en la agricultura mundial. Él
iba contra la corriente de la llamada "revolución ver-
de", que sostenía como una de sus ideas principales que los pesticidas
solucionarían el problema ocasionado por las plagas en las cosechas.
Así, la pregunta en esos años era: ¿cuánto producir?
Se buscaba maximizar la producción a cualquier costo, muchas veces en contra de
la naturaleza misma.
Por esta razón sus detractores lo catalogaban de "loco", por ir contra
las ideas de los demás. Fue una forma sutil de espantar a quienes podrían volverse
sus seguidores.
Zapater era alto, de pelo cano, usaba lentes, que llevaba colgados mediante un cordel negro. Siempre lo recordaré con su fiel chompa guinda, en el laboratorio de suelos, en medio de papeles y libros que atesoraba desde estudiante. Era un profesor con carisma y si enseñar es estar siempre a órdenes de los alumnos, presto a contestar preguntas y sobre todo escuchar las discrepancias, Zapater era un docente de verdad.
Hace unos años a Zapater le ganó la batalla el cáncer, enfermedad contra la que siempre luchó desde el campo. El afirmaba que muchos de los agroquímicos de uso común y corriente en nuestra agricultura eran causantes del temible mal.
En estos días lo recordé al leer en los diarios que el
ministro de Agricultura, Belisario de las Casas, anunció ante la Comisión de
Ambiente, Ecología y Amazonía del Congreso el inicio de una campaña de información
entre agricultores para evitar el uso de pesticidas y herbicidas prohibidos en
el agro. La famosa "docencia sucia", ya no podrá ser utilizada
indiscriminadamente en el Perú. Así las gran-
des trasnacionales ya no eludirán las leyes del país cambiando simplemente de
nombre comercial a sus productos.
¿Pero cómo pueden producir cáncer estas sustancias? Después de leer “Primavera silenciosa” de Rachel Carson, libro de cabecera para los molineros "zapateristas", lo entendí: Zapater era tan didáctico al explicarlo que cualquier neófito en temas ecológicos podía captar el mensa- je. He allí la piedra angular de su trabajo. Lo tenían que entender los agricultores, porque ellos son los que aplican estos productos, muchas veces irresponsablemente.
Esto lo comprobamos en los cercanos valles de Cañete
y Huaral. Allí ningún agricultor cumple con las recomendaciones estipuladas
(uso de ropa adecuada, guantes, mascarillas, botas y demás) por
lo que son muchos los accidentes por intoxicación con pesticidas.
Los pesticidas al ser aplicados, por ejemplo, en una planta de tomate, actúan contra los insectos que la atacan y los insectos benéficos que pueden controlarlos, pero además una gran parte de esa sustancia se queda en la planta y los frutos. Nuestro tomate en cuestión, por ejemplo, quedaría con una cantidad insignificante de pesticida, tal vez no nos mate, pero al momento de consumirlo
esas sustancias 'nocivas son almacenadas en los cuerpos grasos que todos tenemos, y que no pueden ser metabolizadas por su naturaleza artificial. Esa cantidad ínfima, no nos va a matar, pero, ¿cuántos tomates comemos en un mes?, ¿en un año?, ¿toda la vida? Sumen y tendrán la cantidad suficiente para morirse en el acto. El peligro potencial está allí.
Zapater entendía que todos los seres. vivos, tanto insectos como el hombre, tienen los mismos ciclos metabólicos y si los plaguicidas matan insectos, pueden matar también a los humanos.
Cuando por causa de alguna enfermedad nuestro cuerpo
recurre a las reservas grasas que ya están contaminadas entonces el cáncer
encuentra el medio apropiado: sustancias nocivas y un cuerpo débil.
Por eso, Zapater decía que los pesticidas matan a la larga, de golpe, cuando
nadie lo espera. ¿Será por eso que hoy en día el cáncer es una enfermedad casi
común? La ciencia lo dirá.
Otro aspecto de su filosofía lo podía resumir en la
idea "la mano que aprieta", que muestra en forma sencilla la vida de
nuestros agricultores: "Un agricultor puede ser capturado por las grandes
trasnacionales de los agroquímicos de la siguiente forma: Por el uso de las
semillas mejoradas (primer
dedo), esos productos por ser manipulados genéticamente necesitan condiciones
diferentes a las naturales, por lo que se deben usar pesticidas y fertilizantes
sintéticos (segundo y tercer dedos), la gran
producción que se obtendrá necesitará de maquinaria y tecnología especial,
(cuarto dedo) para cuya adquisición se necesitan préstamos y capital que se
obtienen en los bancos (quinto dedo).
Así, el agricultor se encuentra atrapado. Una vez cogido por esta 'mano' es muy difícil que lo suelte, entrando en una espiral sin fin", explicaba.
Otra cuestión es el respeto del período de carencia,
que es el tiempo mínimo en el que se puede aplicar el plaguicida antes de la
cosecha. Muchos agricultores para evitar que su cosecha tenga menor
precio aplican días antes de recogerla del campo, así el producto va a los
consumidores sin ningún daño producido por insectos, pero con residuos de
pesticida que no pueden ser disueltos en el medio
ambiente en tan corto tiempo.
Un día Zapater se apareció con un burro para que sus
alumnos aprendan a arar la tierra como se hacía en los tiempos sin tractor.
"Sebastián" se llamaba el equino, de aproximadamente dos años, gris
como cielo invernal de Lima y tan terco que casi nunca hizo una línea recta. A pesar
del polvo y las piedras de Las Viñas de La Molina, todos aprendimos que la agricultura
es difícil y sacrificada. Era un espectáculo ver al fiel "Sebastián"
tirar con cinco molineros que trataban de guiarlo. No aramos mucho en el campo,
pero sí en el corazón. Ese es uno de los recuerdos que siempre llevo presente.
Otro día, Zapater nos llevó a Chancay para visitar una granja de lombricultura. Las lombrices elaboran en su tracto digestivo un fertilizante natural muy rico en nutrientes para las plantas y que no daña al suelo ni a la microfauna que en él habita. Para Zapater, el suelo era su principal preocupación, es un ente vivo, que nace y se desarrolla y si no lo cuidamos puede morir, provocando una desertificación, que afectará a la larga la producción agrícola, argumentaba.
Hoy quiero recordar a Juan Miguel Zapater así como siempre vivió, lleno de vitalidad, sonriente y afable con todos, pero polémico con sus detractores, y decirle donde esté, que sus ideas “locas" para algunos, triunfaron. El boom de los productos ecológicos que vemos todos los días en los supermercados es una muestra innegable. El tiempo, esa variable a veces dura e implacable, esta vez le dio la razón porque, aunque a algunos les duela, él ya tiene en la práctica muchos seguidores.
2 comentarios:
Juan, gran amigo, excelente Profesor. Sus clases en el Laboratorio de Suelos siempre estuvieron llenas de alumnos, tanto dentro como fuera de ese Laboratorio. Tu articulo me lo ha hecho recordar. Gracias.
Tuve la suerte de ser su alumna en Microbiologia del Suelo y siempre tendre mi corazon verde Gracias al Gran Zapatwr, y si celebro tanto como ustwd quw el tiempo le dio la razon! La UNALM le debe un rwconocimiento postumo !!
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