Todos los años pienso que la navidad no es lo que era antes, mis recuerdos lindos de la navidad están en las zonas más profundas de mi memoria, la navidad para mí era la presencia de mis abuelitos maternos y desde que ellos partieron, pues la navidad dejo de ser en mi corazón lo que para muchos es y se convirtió en una guerra interminable de compras de regalos y aparentar más de lo que se tiene. Desde hace años me pareció extraño que la navidad se empiece a celebrar en noviembre, para mí la navidad empezaba los 6 de diciembre cuando mi abuelita sembraba el trigo para el nacimiento, ese adelanto que desde hace años veo me confirma que más que una fiesta de amor y paz, tiene mucho de comercial. Ese “orgasmo sentimental” cuyo climax son las 12 de la noche y dura aproximadamente lo que se tarda en comer la cena de navidad, me aparto de las fiestas, nada me parecía real, solo era una careta que cada uno se pone para aparentar su mejor sonrisa, abrazo, deseo y sobre todo, dar su mejor regalo, como si eso te limpiara para olvidar 364 días donde los buenos sentimientos no están tan cerca de ti como dices que los tienes.
Pero hace unos meses empezó a tejerse una historia que tuvo su final el día de hoy. A mediados octubre mientras estaba en la sala de mi casa, escuche un alboroto en la calle, al abrir la puerta me doy con la sorpresa de que una señora de avanzada edad se había desmayado en la calle, con dificultad algunos transeúntes trataban de ayudarla, al final con esfuerzo la pudimos sentar en la entrada de mi sala. Pasaron unos minutos y la señora que decía llamaba Elena, recobro el conocimiento, me conto de que iba de regreso a su casa luego de que no había podido atenderse en el Seguro Social, y solo recuerda que el piso se elevaba y luego todo se le nublo. Suerte que recordaba el teléfono de la oficina de su hija que trabajaba cerca y la llamo explicándole lo que le había pasado. Su hija, muy nerviosa me agradeció y me indico que iría a darle el encuentro de inmediato.
Llame a serenazgo, el cual llego a los minutos y la llevo al seguro, donde se encontraría con su hija. Se despidió de mí agradeciéndome el que la haya ayudado.
Todo quedo allí, han pasado meses y el hecho quedo como una anécdota en mi vida.
Hoy en la mañana tocaron la puerta y apareció ella, la Señora Elena, me sorprendió al verla, no recordaba bien su rostro, pero ella sí el mío. Venía a agradecerme la ayuda que le di, vino con una caja de chocolates de regalo y lo mejor: un abrazo.
Me conto que desde hace tiempo quería venir a agradecerme y le pareció que navidad era una buena fecha. Ahora estaba mejor y ya tomaba puntualmente sus medicinas, ahora salía con más cuidado y tenía todos sus documentos siempre en su cartera.
Al ver su gesto, recordé el por qué la ayude, desde niño cuando mi abuelita ya mayor y salía al mercado, yo de unos 11 años, siempre la acompañaba, tenía un miedo indescriptible a que se perdiera por su edad. Cuando la veía a la señora Elena, recordé a mi abuela, la protegí por eso, mi abuela era para mí la navidad, ahora ese sentimiento retorno sin querer a mi vida.
Me despedí de ella con un abrazo fuerte, del alma, le pedí que se cuidara y que no salga muy tarde y tome sus medicinas puntualmente. Prometió que lo haría. Sé que lo hará.
Dicen que las cosas se dan por algo. Hoy la señora Elena me regreso el favor. Me regreso el espíritu de la navidad.
Termino este relato esperando que el regalo que reciban hoy sean más que material, algo más valioso como un abrazo sincero, un apapacho fuerte es decir un abrazo con el alma. Feliz Navidad!
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