miércoles, marzo 10, 2021

EL CURIOSO

 

En las familias siempre hay historias, cada una tiene la suya, esas que pasan de generación a generación, y que de tiempo en tiempo se cuenta en medio de una tertulia. Hoy en tiempos de cuarentena, recuerdo una de tantas, pero que desde pequeño me marco porque entendí hechos que viví luego.

Esta es la historia de un niño llamado Carlitos


Los hechos deben haberse desarrollado en la década de los años 1940 según he podido reconstruir con los datos orales que escuche. En esa época, en la zona de Surquillo en Lima -Perú pertenecía al distrito de Miraflores y recién estaba siendo poblada, allí vivía el hermano menor de mi abuela Carola, Antonio, hombre fornido de raza negra, quien como era usual en esos tiempos trabajaba en el ramo construcción. El junto a su esposa, a quien llamaba cariñosamente Peta vivían tranquilos en una casa grande y modesta con sus hijos: Marcela, Marcelo y Carlos.

Carlitos, el menor de todos, tenía unos 8 años de edad. Muchos lo recuerdan como el clásico buscador de aventuras, el trome del trompo y el juego de canicas. Su rutina era conocida, iba en la mañana a la escuela fiscal de la zona y regresaba en la tarde, dejaba sus libros y cuadernos, almorzaba y salía a jugar con los niños de zona, muchas veces con una honda para lanzar piedras a los pajarillos o jugar futbol en medio terrenos baldíos. Por lo que lo que me llegaron a contar, era un niño pícaro y divertido. A la hora que se ocultaba el Sol, Carlitos retornaba a casa para tomar su merienda y hacer sus tareas.

Pero un día, la rutina se rompió. Según recordó su madre, esa tarde Carlitos salió a jugar como siempre, luego de almorzar. Pero paso algo extraño, retorno muy temprano, lo vio entrar callado, sin el alboroto que lo caracterizaba, su madre le pregunto qué había pasado para que regrese antes de lo acostumbrado: “nada”, fue su lacónica respuesta, con la mirada gacha y en silencio se sentó a la mesa sin decir nada, ese día, Carlitos empezó a morir.

Los días siguientes confirmaron en silencio que algo había pasado, desde ese día Carlitos nunca más salió a jugar. Luego de la escuela, llegaba en silencio, almorzaba y se quedaba en casa haciendo sus tareas o jugando en el patio solo, pero el niño bullanguero y extrovertido no apareció jamás.

A la semana siguiente, mi abuela llego a su casa en sus acostumbradas visitas semanales, ya que vivía a unas 10 cuadras de su casa. Cuando llego, vio a Carlitos sentado en la sala con la mirada perdida y cuando se retiraron lo vieron echado en su cama volteado mirando la pared. Fue allí cuando mi abuela Carola dio la primera señal de alarma: “este chico tiene algo… ¿lo has llevado al médico?” Doña Peta le dijo que tal vez era algo que había comido y que pronto se le pasaría, pero no fue así.

Días después, llego de visita Anselmo, el mayor de los hermanos, y de nuevo le llamo la atención ver al inquieto niño que conocía, en cama y delgado. De Anselmo se decía en la familia que tenía lo que se llamaba “ojos de ver”, es decir, captaba lo que para una persona común y corriente sería un hecho trivial. “Oye Antonio, este chico está asustado” sentencio. “Llévalo a que lo vea un curioso (curandero)” fue la solución que recomendó.

Pero Antonio era de los que no creían en esas cosas, para el eran tonterías y además pensaba, ¿cómo se va a “asustar”, su hijo que como él era muy macho?

De un grito lo llamo y delante del Anselmo, Antonio le pregunto: Aquí tu tío dice que estas asustado, ¿que tienes?... “nada, papá” su única respuesta. Antonio cerro el tema, no creía en esas cosas.

Los días pasaron, y cada vez Carlitos iba perdiendo fuerzas, era como un cirio a la cual la llama se le extinguía de a pocos, dejo de comer y mientras el fin se acercaba, su madre ya no sabía qué hacer. Cada día era un suplicio ver como al benjamín de la familia la vida parecía que terminaría en cualquier momento.

Días después, ante la insistencia de su mujer, Antonio accedió a regañadientes que viniera don Nicolas, un curandero que una vecina lo había recomendado, así un martes en la tarde llego el “curioso” al hogar del niño. Fue doña Peta quien le abrió la puerta y con un nudo en la garganta lo llevo al cuarto donde dormía su hijo.

Don Nico abrió la puerta, ni paso el umbral, miro por unos segundos al niño en la cama con la mirada perdida, no hizo más. Cerro la puerta y sentencio: “lo siento, me llamaron muy tarde, la muerte esta a su costado, tal vez mañana se lo lleve, prepárense”.

Al día siguiente en la tarde, Carlos, el niño travieso y juguetón partió de este mundo en medio del dolor de su madre y un sentimiento de culpa de su padre quien nunca se recuperó de la pena.

¿Qué hubiera pasado si habría Antonio hacia caso al pedido de sus familiares? ¿su hijo seguiría con vida? ¿qué fue lo que paso para que el niño se asustara? ¿Existe el susto?

Hay muchas preguntas y pocas respuestas, lo que sí puedo asegurar es que desde niño cuando alguna vez yo me asuste con algo, mi abuelita me llevaba a un “curioso “como ella les llamaba. Creo que no se equivocó, hasta ahora sigo vivo.

¿Qué no es posible? Todo es posible en este mundo.

¿y tu amigo lector? ¿alguna vez te asustaste?

 

 

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