Hace unos días mi madre me contó algo que le había pasado. Fue a recoger del colegio Carmelitas a mi sobrina Alondra, de 8 años. Fue con la hija de la persona que la ayuda en las labores del hogar, ya que no tenía con quien dejarla en casa. Maricarmen, una niña de 5 años, es una típica representante de las razas del Perú, es decir una niña común, del color que tal vez tiene usted, su hijo o su amigo y millones de peruanos.
Al ver que el parque había unos juegos para niños, Maricarmen quiso entretenerse un rato, entusiasmada, por que también otros niños jugaban allí. Ella es comunicativa y no conoce de los prejuicios de nuestra sociedad. Se subió a un juego lleno de niños de tez mucho más clara que ella. Al instante todos se bajaron y fueron corriendo donde sus madres, pero al bajarse ella, regresaron a seguir divirtiéndose. ¿Que sucedió?, simple y sencillo: Apareció el racismo.
Este incidente trajo a la memoria de mi madre la ocasión en que ella era profesora de una escuela fiscal: un día encontró a un niño negro echándose sobre el rostro el polvo de la mota con la que se limpia la pizarra. ¿Por qué lo haces? - preguntó, “Se burlan de mí porque soy negro, no quiero ser negro, señorita” le dijo llorando.
¿Cuándo alguien se da cuenta que es diferente?. Me imagino que desde que se ve en el espejo. Dependiendo del color de la piel la gran mayoría asume su “ranking” social. Si tu hijo te salió “clarito” felicidades, puede triunfar en la vida, será el más querido, el orgullo de la familia, la alegría de la casa, el más inteligente, TU hijo, pero si salió “oscurito”, silencio, es tu hijo, pues. Quien no conoce de hogares en los que los padres muestran una enfermiza preferencia por alguno de sus hijos por tener esa cromática virtud.
Tal vez usted haya escuchado expresiones como “hay que mejorar la raza” cuando fulano, que es más claro, se enamora de mengana, que es muy oscura. Todo esto me hace pensar en que muchos de nosotros vemos nuestras relaciones como los ganaderos a sus vacas: mejorar la raza para obtener una mejor o mayor producción, pero los humanos no somos reses y el amor no tiene leyes. Un día me encontré con una señora que me contó que cuando niña su tía la marginaba por no ser tan blanca como sus hermanas. Ella sufrió mucho por esa actitud. Ya mayor su objetivo fue casarse con una persona más clara para que sus hijos no sufran lo que ella padeció. Ironías de la vida, sin querer ella entró en el juego de “mejorar la raza”.
El racismo en nuestra sociedad es, a mi parecer, uno de los peores defectos del mundo. Es subterráneo, solapado, negado por algunos, pero seguido silenciosamente por muchos. Hablar de ello es malo para un sector y si lo haces te expones a ser llamado “cholo resentido” por reclamar cuando eres marginado de las oportunidades de trabajo por ser “oscurito” o no tener “presencia” a pesar de ser inteligente. Vaya excusa.
Denunciar actos racistas es generalmente minimizado en forma muy sutil por la televisión, donde los periodistas - en su gran mayoría “claritos” - voltean la torta denunciado que ellos también son víctimas de racismo por ser algo más claros. Nada más lejos de la realidad: El racismo de arriba hacia abajo, no es igual que el de abajo hacia arriba. Si tu jefe te dice “cholo ignorante” te aproximas al despido, si tu le dices a tu jefe “colorado abusivo” no pasa nada. ¿Quién tiene la sartén por el mango? Es muy solidario escucharlos decir la frase “quien no tiene de inga, tiene de mandinga”, claro, como ellos no tienen o no parecen tener ni de inga ni de mandinga, no hay problema.
Y en todo esto la televisión tiene gran parte de culpa. Es en la publicidad televisiva donde se ven unos estereotipos de otras latitudes. Siempre los que compran, viajan, se divierten, o ganan son “claritos” y los que lavan, planchan o cocinan son “oscuritos”. Nuestros niños, sometidos en ese bombardeo, lógicamente se identificarán con los triunfadores y tratarán de imitarlos y el círculo se repetirá. Es así que ya de mayores lo que les queda es “descholificarse” o “deszambarse” como en el cuento “Alienación” de Ribeyro. Aunque dentro de las mujeres siempre existe la posibilidad de obviar su cholitud si tiene una anatomía generosa.
Si ustedes observan las calles de Lima, verán que, en la práctica, la “descholificación” está en todo su apogeo. Hoy, para ser mejor, debes “aclararte” y lo más fácil de aclarar es el cabello. Miren las calles del Centro de Lima, cuantas chicas de color cobrizo lucen una llamativas cabelleras rubias, castañas, pelirrojas para ser menos trigueñas, es decir, menos cholas. Tal vez su compañera de trabajo del costado le pueda responder por qué lo hizo. La respuesta es sencilla: si no lo hubiera hecho, no sería su compañera de trabajo. Ni que decir de los lentes de contacto cosméticos, una mirada más clara es más efectiva. Obtener esa careta de “poder” es realmente efectiva, uno protegido por esa aura puede mirar con desdén a los demás desafortunados.
Somos una sociedad que tiene vergüenza de su identidad, su realidad y cultura. Recuerdo cuando una profesora japonesa dijo: “El peruano es raro, aquí tienen vergüenza de ser peruanos, verse con un poncho y chullo les da asco, en cambio en Japón desde niños estamos muy orgullosos de usar kimono”.
Solo amamos la patria cuando estamos lejos o cuando los extranjeros se asombran de nuestro maravilloso y extraordinario pasado inca como al ver Machu Picchu, o cuando, raras veces, gana la selección de fútbol. Allí todos somos peruanos, ¡Viva el Perú!
¿Que es bello y que no? ¿Quién da los patrones de belleza? ¿Cómo podemos pedir belleza con estándares europeos en un país donde todas las razas se mezclan? ¿Una persona no bella, no merece trabajar? ¿Qué es tener presencia? ¿Es pecado no tenerla? ¿Debo ser valorado por mi color? ¿Qué paso seguirá?
Yo soy cholo, asumí mi cholitud cuando en la universidad mi amigo Andrés Valladolid me mostró la parte tierna de ser cholo. Con su quena y zampoña nos mostraba el lado hermoso de Ayacucho, sus huaynos, sus historias, sus vivencias. Su amor a la Pachamama y sus secretos ritos andinos nos hizo querer algo que hasta ese entonces era para muchos de nosotros algo inferior. Ya en San Marcos comprendí que el Perú es más que Miraflores, San Isidro y el Jirón de la Unión, que existen otras realidades con muchos problemas. Allí, en la Decana de América, se aprende a querer ese Perú escondido y tan postergado.
Algunos dicen que no existe racismo porque en nuestra sociedad muchos cholos han triunfado. Eso es cierto. Existen muchos ejemplos de estos “hombres que se hacen ellos mismos”, pero una golondrina no hace el verano. Esos peruanos tuvieron que batallar duro y parejo para llegar a tener lo que poseen o tuvieron suerte. Dicen que “el dinero blanquea”, pero, que hará la gran mayoría que no tiene ese artilugio para lograrlo. Además como ironía de la vida una vez llegados a la cumbre muchos niegan su pasado o tratan de olvidarlo. Y en el colmo, si cualquier cholo autentico se siente ganador, pues no podemos aceptarlo y lo tildamos de “cholo pretencioso”, “cholo pedante” y otros calificativos despectivos. Es que no soportamos que alguien asumiendo su cholitud pueda triunfar sin tener que haberse “descholificado”. En resumen, es pura envidia ya que puede realizar lo que nosotros simplemente soñamos hacer.
Hoy quiero decirle a Maricarmen que no pierda las esperanzas de que algún día sus hijos puedan jugar entre niños de todos los colores, libres y sin prejuicios tontos. De nosotros depende que nuestra sociedad sea más justa y realista.
Oscar Pinto Sánchez
miércoles, diciembre 22, 2010
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