La Ventanita
La historia que voy a contar siempre la quise escribir, pero por cuestiones del destino, siempre me pareció algo tonta, creo que la vida enseña que no hay nada tonto, sino momentos que te pueden hacer sentir bien, o sentir mal, sentir ganador o perdedor, sentir que no hay camino o que tal vez el camino lo haces tu mismo. Esta es una de esas historias que buscan llegar a los corazones de quienes llenos de su temporal poder, ese que no permite escuchar o entender que la vida no es solo como ellos la miran, se olvidan de que hay otra forma de ganar, tal vez no tan gran grande y efímera como algunas, esta es pequeña pero permanece en el recuerdo y por lo tanto es más grande, y si hoy esta historia te hace sonreír o meditar, ya cumplió su cometido. Para ellos, para quienes a veces piensan que las ilusiones son solo eso, va esta historia que titulo: La ventanita.
Creo que siempre me gusto soñar, como todos los artistas arme un mundo en mi interior, donde muchas veces yo era el triunfador, muchas veces viví mis pequeños triunfos, grandes para mi, insignificantes para otros, casi nunca me sentí comprendido, soy un ave rara, esos que la gente piensan que no deben existir en el mundo real, pero yo soy de una especie extraña, soy los que pintan de colores la vida para que los mortales materialistas todos los días beban algo de belleza. Se que ellos no entenderán, por que sus mentes solo ven y adoran lo que pueden tocar. Yo soy más grande, veo y amo lo que nadie puede ver, lo que se que vendrá , yo se esperar.
Mi pasión por la fotografía empezó junto a una cámara Diana de plástico, que mi madre me compro en la desaparecida tienda Monterrey y con la cual hice mis primeras fotografías en blanco y negro, en aquellas primeras imágenes estaban mis amigos de primaria en el glorioso colegio Alfonso Ugarte, yo era un niño que no jugaba pelota, solo tomaba las fotos de los goles.
¿Que serán de aquellas fotos cuadradas que enviaba a revelar a una cuadra de mi casa y que demoraban una semana en regresar con su preciado instante congelado en el tiempo?, creo que se deben haber perdido como todo lo que uno pierde cuando la inocencia de los niños se va. Perdone amigo lector, la historia se va en devaneos históricos personales, disculpe, pero ya ubicado en la psicología de este fotógrafo, espero que a partir de ahora me entienda, no se preocupe. Si no lo hace, su intelecto debe ser como el de la mayoría de personas que no me entiende y me prejuzga y hasta nos odia por no ser como ellos, por sonreír cuando los demás buscan preocuparse, por no pelear como ellos lo harían, por no responder sus traiciones con violencia, por tratar de vivir la vida como uno la desearía haber vivido al final de sus días, simplemente en paz. Una lastima que muchos me entenderán en el lecho de muerte... los sabré entender, las personas como yo, sabemos entender.
Y así soñador como todos, me dedique a tratar de aprender fotografía. Durante muchos años compre libros, folletos que leía con avidez y atesoraba con mucho cuidado, cada uno de ellos era en mi ilusión, era una llave en la búsqueda del conocimiento, pero el dinero era escaso y los libros también.
Es así que durante muchos años me dedique ir religiosamente cada mes a preguntar cuanto costaba el curso de fotografía en el instituto más exclusivo de los década de los noventas, el Tolusse Lautrec.
El instituto en aquella época quedaba en la Bajada Balta en Miraflores en una casona que miraba al Parque del Amor, recuerdo que cuando pedía entrar para solicitar informes el vigilante me miraba con desdén, con mucha ilusión preguntaba el costo y la secretaria me daba un lindo folletito de colores, con el precio que rompía mi corazón y mis ilusiones. Tomaba el folleto y con mucho cuidado lo guardaba entre mis libros, estiradito para leerlo sin arrugas. Y regresaba a casa, caminado y haciendo decenas de operaciones matemáticas imaginarias para poder pagar el curso. Deben de recordar que un artista sueña con una velocidad extraordinaria, tan rápida que nos escapamos de la realidad. Pero mi parte real, me daba la respuesta: ni lo sueñes, así que el folletito terminaba guardado muy estiradito en el fondo de mi mesita de noche, escondido, como ustedes se imaginaran, ser artista es como ser la oveja negra de la familia, yo no quería serlo.
Y así pasaron varios años, cada temporada, yo, cual peregrino recalaba en el instituto para recibir el folletito con el precio inalcanzable, el lector se preguntara ¿por que lo hacia?, en mi infinita ilusión creía que algún día los precios bajarían. “Una oferta... tal vez, una beca... tal vez... un día... tal vez”, pero un día ocurrió algo inesperado, la señorita que daba los informes me dijo: “Si desea puede ver el laboratorio donde se dicta el curso”, ¿donde? pregunte, “allí, mire por la ventanita que esta en la escalera” y allí fui asomarme parado de puntillas y a través de esa ventanita pude ver a los alumnos en medio de una clase de revelado, yo atónito observaba cual intruso, por un instante el sueño era realidad. Y así meditando lleno de imaginarias operaciones financieras retornaba a mi casa con el preciado tesoro para colocarlo con los demás en el fondo de mis ilusiones.
Un día ya estudiando en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, lleve el curso de fotografía, por fin pude entender todos los secretos de aquel arte que me obsesionaba, aprendí a revelar, a ver con otros ojos el mundo, aprendí y aprendí tanto que me dedique a enseñar a mis amigos. Un día mientras esperábamos al profesor me dedique a enseñar algunos puntos que mis amigos no entendían, de pronto mi clandestina clase, fue rota por unos aplausos, voltee y era el profesor, “Bravo, muy bien, parece que ya tengo reemplazo” me dijo sonriendo. Ese día nací como profesor.
Y así termine enseñando fotografía en la Oficina de Extensión Universitaria de San Marcos, pocos alumnos pero grandes satisfacciones. De allí fui fotógrafo de la Oficina de Relaciones Públicas de mi universidad y un profesor me llevo al Ministerio de Transportes como practicante. Fue allí en medio de una conferencia de prensa encontré a una fotógrafa que se le había acabado la película fotográfica en plena sesión de fotos, yo solo instintivamente busque en mis bolsillos y le di una de mis películas, la cual rápidamente coloco y siguió tomando fotos, al terminar me lo quiso pagar, “No gracias, no te preocupes”, le dije. “Otro día me lo das”. “Eres fotógrafo del Ministerio” me pregunto, “si”, le dije, “yo trabajo en El Peruano, me llamo Peruska Chambi” Chambi? Ese nombre sonó en mis oídos diferente. Era la nieta de Martín Chambi, el más grande fotógrafo peruano del siglo XX. Le di mi tarjeta, le conté lo que hacia y que enseñaba fotografía en San Marcos.
Semanas después, un sábado en la mañana, sonó el teléfono, era ella, Peruska me llamaba, me pregunto si sabia revelar, le dije que si, y me dijo que si me gustaría ser profesor de laboratorio en un instituto, le dije que si, que ese era mi sueño. “Entonces te espero el lunes con tu curriculum vitae en el instituto Tolusse Lautrec”. Me quede pasmado. Yo, simple mortal, victima de sonrisas por ser fotógrafo, yo, si yo, profesor del Tolusse Lautrec? Estaba soñando, la vida no puede ser así según los que viven en el mundo real.
Y así fue, el día lunes ingresaba luego de una entrevista al Tolusse Lautrec, el momento cumbre fue al ingresar al laboratorio donde daría mis clases.
En medio mi silencio mental mientras Peruska me mostraba los ambientes, mire la ventanita por donde yo mire meses atrás y soñé ser alumno. Me recordé observando de puntillas, sonreí y una lagrima llego asomar. La vida me daba una lección. Los sueños se pueden lograr. El destino se apiado de mi. Creo que hasta las ilusiones conmueven a Dios. Él me dijo, no seas alumno, mejor se profesor.
Hoy escribo estas historia por que ahora creo que merece contarse, por que se que muchos nos ven perdedores. Pobres ilusos que no se ven en la balanza de la vida como nosotros los vemos a ellos, sin juzgarlos. Para que ellos, los soñadores incomprendidos, juzgados, menospreciados y objeto de burla sepan que gente como nosotros es necesaria. Que artistas como yo encontramos la belleza donde otros no la ven, descubrimos lo hermoso de una flor, lo bello de un cuerpo, sin el morbo que algunos piensan, lo maravilloso de un atardecer, lo sublime de una noche estrellada, lo sorprendente en una sombra, lo tierno de una mirada y de que simple y sencillamente no somos como ellos. Que no quitamos nada a nadie, solo lo atrapamos sin hacer daño. Quiero que sepan que gente como nosotros tal vez con nuestra manera sue generis de disfrutar la vida le arrancamos una sonrisa a Dios cuando las estrellas tililan en el firmamento. Dios sonríe con nosotros amigo, si Él lo hace... que te importa que los demás no te entiendan. Solamente, sigue siendo feliz.
Oscar Pinto Sánchez
www.fotoves.com
Julio 2008
lunes, noviembre 03, 2008
OSORIO, el palomilla
OSORIO, el palomilla
Hace ya muchos años que no sé de él. Lo recuerdo con su tez trigueña, una nariz que me hacía recordar a un roedor, su cabello rebelde y chompa gris con un hueco en el codo que disimulaba con un parche de marroquí. Así era Osorio, el palomilla de 5 año “D” de la GUE Alfonso Ugarte, “Ochoro” para nosotros, Osorio para otros será recordado como el vulgar palomilla, el “vivo” del salón. Él pegaba a todos, nos lanzaba piedras y robaba lapiceros, reglas, cuadernos, libros, galletas y todo lo que veía sin custodia.
Nuestro salón de clases era como el de toda escuela fiscal. Hoy ya mayor, puedo decir que allí se reflejaban todas las clases sociales e idiosincrasia humana. Los que se sentaban adelante eran los que iban a aprender, los del medio, los que trataban de hacerlo y los del fondo, quienes iban a hacer del salón un satélite de su bajo entorno social.
Todo esto viene a colación al pensar dónde reside el mal de nuestra sociedad. Creo, pero puedo equivocarme, que ya tengo la respuesta: en la escuela.
Al menos, eso es lo que he vivido. Si alguno de los lectores recuerda su escuela verá que tengo razón. Muchas veces frente al abuso de los “malos” del salón, uno pensó en cambiarse a ese bando. En cambio otros siguieron tercamente el derrotero que les enseñaron sus padres y, al final, la vida los premió o al menos su conciencia les permite mirar a todos a los ojos. Lo que fue visto por una “palomillada” por el maestro, se convertirá, tal vez, en un delito mayor con el paso del tiempo. ¿Porqué no lo detienen antes? ¿Porqué dejan que madure el mal?
¿Pero qué fue de ellos, “los vivos” del salón? Me imagino que ahora deben estar haciendo lo mismo a lo que se acostumbraron en su escuela, en cualquiera de sus campos profesionales: extorsionar, robar, engañar y otras tantas maldades que pueblan el lado oscuro del alma, claro que de una manera más elegante.
Es allí donde puedo explicar todo lo que ha pasado en estos últimos años. Al “vivo” se le ve como triunfador; no importa cómo consiguió sus objetivos y hasta es objeto de admiración por otros menos privilegiados mentales. Así tenemos: ladrones de cuello y corbata que no tienen la vergüenza de robar hasta panetones a niños minusválidos, o millones de dólares. No importa la cantidad o calidad del robo, el hecho es lo condenable.
Nuestra sociedad actual ha degenerado tanto que ve en estos seres el éxito personalizado, ellos son los triunfadores y todos quieren ser como ellos.
¿Pero qué hace la sociedad frente a tanta podredumbre? Silencio. El silencio cómplice actúa allí, viviendo de toda esa lacra mientras esta le da sustento. Así tenemos explicación a que hechos tan detestables pasen inadvertidos bajo nuestra complicidad. Muchos hasta ahora admiran la “inteligencia” de algunos para robar millones de dólares. ¿Hasta dónde hemos llegado?
Así emito otra teoría: ¿Serán los malos quienes tienen el poder en el país? Y si es así, ¿por qué los dejamos?.
Miren a su alrededor y me darán la razón: Miren por ejemplo a su jefe, ¿cómo es su carácter? ¿Es cordial, comunicativo, presto al dialogo? ¿Hace que trabajen lo justo? ¿No les permite trabajar más de 10 horas diarias? ¿Piensa que tienen familia, padres, esposa, hijos? Felicitaciones: Cuídelo. Pero si no es así, pregúntese: ¿Cómo puede llegar una persona con tan pocos valores a ser cabeza de un grupo humano? ¿Cuántos figurarán en su lista de personas atropelladas en sus derechos más elementales?
Tome una combi, mire al chofer cómo trata al usuario, como está vestido. Hasta ha perdido su amor por el mismo. Observe cómo rompe las reglas de tránsito, como goza al hacerlo. Como muchas veces soborna a la autoridad. ¿Raro, no?
Camine por las calles del centro. Gente arrojando papeles al suelo, paredes pintadas, ladrones que roban y hasta le abren camino al momento de escapar.
Hasta tener fama de “buena gente” es un estigma para algunos. Un día una persona me dijo que si pienso así nunca llegaría a ser jefe de una oficina como si lo era él. ¡Horror!, Prefiero bendiciones a maldiciones. Es que hasta nos asquea el cariño, aprecio y amor de los demás.
El Perú tiene casi toda su vida republicana en el mando gente que se vanaglorio de ser dura e inflexible, y miren como estamos. En resumen los hechos demuestran que esa formula no funciona. ¿Por que no tomamos el otro camino?
Para finalizar, propongo un nuevo curso en las escuelas: El amor por los demás.
Oscar Pinto Sánchez
Hace ya muchos años que no sé de él. Lo recuerdo con su tez trigueña, una nariz que me hacía recordar a un roedor, su cabello rebelde y chompa gris con un hueco en el codo que disimulaba con un parche de marroquí. Así era Osorio, el palomilla de 5 año “D” de la GUE Alfonso Ugarte, “Ochoro” para nosotros, Osorio para otros será recordado como el vulgar palomilla, el “vivo” del salón. Él pegaba a todos, nos lanzaba piedras y robaba lapiceros, reglas, cuadernos, libros, galletas y todo lo que veía sin custodia.
Nuestro salón de clases era como el de toda escuela fiscal. Hoy ya mayor, puedo decir que allí se reflejaban todas las clases sociales e idiosincrasia humana. Los que se sentaban adelante eran los que iban a aprender, los del medio, los que trataban de hacerlo y los del fondo, quienes iban a hacer del salón un satélite de su bajo entorno social.
Todo esto viene a colación al pensar dónde reside el mal de nuestra sociedad. Creo, pero puedo equivocarme, que ya tengo la respuesta: en la escuela.
Al menos, eso es lo que he vivido. Si alguno de los lectores recuerda su escuela verá que tengo razón. Muchas veces frente al abuso de los “malos” del salón, uno pensó en cambiarse a ese bando. En cambio otros siguieron tercamente el derrotero que les enseñaron sus padres y, al final, la vida los premió o al menos su conciencia les permite mirar a todos a los ojos. Lo que fue visto por una “palomillada” por el maestro, se convertirá, tal vez, en un delito mayor con el paso del tiempo. ¿Porqué no lo detienen antes? ¿Porqué dejan que madure el mal?
¿Pero qué fue de ellos, “los vivos” del salón? Me imagino que ahora deben estar haciendo lo mismo a lo que se acostumbraron en su escuela, en cualquiera de sus campos profesionales: extorsionar, robar, engañar y otras tantas maldades que pueblan el lado oscuro del alma, claro que de una manera más elegante.
Es allí donde puedo explicar todo lo que ha pasado en estos últimos años. Al “vivo” se le ve como triunfador; no importa cómo consiguió sus objetivos y hasta es objeto de admiración por otros menos privilegiados mentales. Así tenemos: ladrones de cuello y corbata que no tienen la vergüenza de robar hasta panetones a niños minusválidos, o millones de dólares. No importa la cantidad o calidad del robo, el hecho es lo condenable.
Nuestra sociedad actual ha degenerado tanto que ve en estos seres el éxito personalizado, ellos son los triunfadores y todos quieren ser como ellos.
¿Pero qué hace la sociedad frente a tanta podredumbre? Silencio. El silencio cómplice actúa allí, viviendo de toda esa lacra mientras esta le da sustento. Así tenemos explicación a que hechos tan detestables pasen inadvertidos bajo nuestra complicidad. Muchos hasta ahora admiran la “inteligencia” de algunos para robar millones de dólares. ¿Hasta dónde hemos llegado?
Así emito otra teoría: ¿Serán los malos quienes tienen el poder en el país? Y si es así, ¿por qué los dejamos?.
Miren a su alrededor y me darán la razón: Miren por ejemplo a su jefe, ¿cómo es su carácter? ¿Es cordial, comunicativo, presto al dialogo? ¿Hace que trabajen lo justo? ¿No les permite trabajar más de 10 horas diarias? ¿Piensa que tienen familia, padres, esposa, hijos? Felicitaciones: Cuídelo. Pero si no es así, pregúntese: ¿Cómo puede llegar una persona con tan pocos valores a ser cabeza de un grupo humano? ¿Cuántos figurarán en su lista de personas atropelladas en sus derechos más elementales?
Tome una combi, mire al chofer cómo trata al usuario, como está vestido. Hasta ha perdido su amor por el mismo. Observe cómo rompe las reglas de tránsito, como goza al hacerlo. Como muchas veces soborna a la autoridad. ¿Raro, no?
Camine por las calles del centro. Gente arrojando papeles al suelo, paredes pintadas, ladrones que roban y hasta le abren camino al momento de escapar.
Hasta tener fama de “buena gente” es un estigma para algunos. Un día una persona me dijo que si pienso así nunca llegaría a ser jefe de una oficina como si lo era él. ¡Horror!, Prefiero bendiciones a maldiciones. Es que hasta nos asquea el cariño, aprecio y amor de los demás.
El Perú tiene casi toda su vida republicana en el mando gente que se vanaglorio de ser dura e inflexible, y miren como estamos. En resumen los hechos demuestran que esa formula no funciona. ¿Por que no tomamos el otro camino?
Para finalizar, propongo un nuevo curso en las escuelas: El amor por los demás.
Oscar Pinto Sánchez
sábado, enero 05, 2008
YO NO ESTOY LOCO !!
La noticia me dejo pasmado. En Florida un hombre confesó haber matado a su esposa porque no paraba de lavarse las manos. El asesino informó a las autoridades que su esposa padecía de una enfermedad obsesivo – compulsiva. La enfermedad, relacionada con bajos niveles del neurotrasmisor serotonina, da lugar a comportamientos compulsivos y reiterados, como lavarse las manos, verificar varias veces que las puertas estén cerradas o contar los pasos. Este comportamiento es tomado por algunos como algo normal – tal vez usted lo haga- y no se da cuenta de que está en un problema.
Muchas veces hemos visto personas que no encajan dentro de los patrones de lo cuerdo. Es posible que usted tenga un amigo, un hermano, un hijo o un esposo con un comportamiento incomprensible para usted. Tal vez hacen cosas que usted nunca haría.
Conozco personas así, seres humanos que viven con ese otro yo escondido, con el cual hablan y discuten en silencio su modo de ver la vida. Un amigo mío por ejemplo, tenia una enamorada que lo trataba muy mal, le pedía dinero y lo buscaba solo cuando necesitaba algo de él y esto le provocaba depresión. La solución era obvia: apartarse de la chica, pero no podía. He aquí el conflicto: uno puede querer a alguien que no siente nada por él, pero ¿cómo querer a quien no corresponde y encima lo trata mal? Le recomendé que vaya al psicólogo. La respuesta fue la esperada: Yo no estoy loco.
Ir al psicólogo es tomado por muchos como asumir que están locos. Nada más lejos de la realidad. Los psicólogos son los profesionales que “curan el alma” por medio de terapias, sin necesidad de psicofármacos, a diferencia del psiquiatra.
Un día un psicólogo me explicó cómo podía curar a las personas. Me dijo que la personalidad se puede dividir en cuatro cuadrantes o partes. La primera es la parte que uno mismo conoce y conocen los demás, su entorno, sus familiares y amigos. Es lo más visible. El segundo cuadrante vendría a ser lo que solamente conoce uno mismo, es decir lo que uno piensa, vive y siente, pero no expresa a los demás, ese lado que solo nosotros conocemos donde guardamos nuestros deseos más nobles, como los más bajos.
El tercer cuadrante vendría a ser ocupado por lo que solamente conocen los demás de uno, sin que esa persona se de cuenta. Son los gestos y mensajes que enviamos al exterior inconscientemente, sin nosotros percibirlo ni controlarlo.
El cuarto cuadrante está ocupado por el subconsciente, esa parte de nuestro ser que nadie conoce, tan escondida que ni nosotros mismos podemos describirla. Es en ese lugar de nuestra mente donde los psicólogos trabajan. Allí pueden tocar fibras muy sensibles que pueden explicar nuestro comportamiento. Muchos traumas que rigen nuestra vida se encuentran allí, tal vez un miedo, una fobia escondida en los intrincados laberintos de la mente. Muchos de estos los podemos haber adquirido en la niñez y afloran ya siendo adultos. Así esas manías que una gran mayoría tenemos, pueden tener una solución feliz en manos de un profesional.
Pero desgraciadamente en nuestra sociedad, ir al psicólogo es equivalente a ir al manicomio. Muchas personas no acuden a este servicio simplemente por el tonto prejuicio creado a su alrededor. “No estoy loco”, dicen muchos a los que se les recomienda o sugiere una terapia.
Un día en una universidad se inauguro el servicio de psicología, algunos docentes con varios títulos en su haber, se hacían bromas en torno a ir al psicólogo, porque zutano o mengano estaba loco. Pregunto: ¿Qué dirán esos docentes si saben que uno de sus alumnos va al psicólogo? ¿Los creerán locos? Y entonces ¿Cómo trataran a una persona que ellos creen loco? Preocupante ¿no? Esa ignorancia es fatal.
Queda entonces desterrar esa mala información. ¿Se imaginan la sociedad libre de personas con problemas que pueden ser tratadas antes de que su mal se transforme en algo peor? Cuántas madres sin traumas criarían hijos libres de estos, cuántos padres no volcarían sus frustraciones en la familia, cuántos abusos menos habría; cuantos ladrones, mentirosos, violadores menos existirían en nuestra sociedad.
Nunca es tarde para corregirse. Un curtido periodista que trabaja conmigo sustenta que la edad vuelve al hombre difícil al cambio. Pienso que no es así, la voluntad de cambio está dentro de uno, solo que tiene que asumir sus problemas y, sobre todo, escuchar a los amigos que le advierten sus errores. Debe incluirse en esta tarea, el cariño de la familia, ese verdadero amor es fundamental para eso y, es mas, no se debe confundir este cariño con un silencio cómplice que al final solo logra que uno siga el camino equivocado. Un verdadero cariño implica ayudar al otro a ser mejor, superarse y no querer tapar el Sol con un dedo o dar excusa o explicación a algo que no la tiene.
Así que hoy tómese un tiempo, medite un poco, haga un examen de conciencia y vea cuáles son sus problemas, esos que todo el mundo se los dice, pero usted no acepta. Entonces ya es tiempo de una terapia. Vamos, no tenga miedo: No esta loco.
Oscar Pinto Sánchez
Muchas veces hemos visto personas que no encajan dentro de los patrones de lo cuerdo. Es posible que usted tenga un amigo, un hermano, un hijo o un esposo con un comportamiento incomprensible para usted. Tal vez hacen cosas que usted nunca haría.
Conozco personas así, seres humanos que viven con ese otro yo escondido, con el cual hablan y discuten en silencio su modo de ver la vida. Un amigo mío por ejemplo, tenia una enamorada que lo trataba muy mal, le pedía dinero y lo buscaba solo cuando necesitaba algo de él y esto le provocaba depresión. La solución era obvia: apartarse de la chica, pero no podía. He aquí el conflicto: uno puede querer a alguien que no siente nada por él, pero ¿cómo querer a quien no corresponde y encima lo trata mal? Le recomendé que vaya al psicólogo. La respuesta fue la esperada: Yo no estoy loco.
Ir al psicólogo es tomado por muchos como asumir que están locos. Nada más lejos de la realidad. Los psicólogos son los profesionales que “curan el alma” por medio de terapias, sin necesidad de psicofármacos, a diferencia del psiquiatra.
Un día un psicólogo me explicó cómo podía curar a las personas. Me dijo que la personalidad se puede dividir en cuatro cuadrantes o partes. La primera es la parte que uno mismo conoce y conocen los demás, su entorno, sus familiares y amigos. Es lo más visible. El segundo cuadrante vendría a ser lo que solamente conoce uno mismo, es decir lo que uno piensa, vive y siente, pero no expresa a los demás, ese lado que solo nosotros conocemos donde guardamos nuestros deseos más nobles, como los más bajos.
El tercer cuadrante vendría a ser ocupado por lo que solamente conocen los demás de uno, sin que esa persona se de cuenta. Son los gestos y mensajes que enviamos al exterior inconscientemente, sin nosotros percibirlo ni controlarlo.
El cuarto cuadrante está ocupado por el subconsciente, esa parte de nuestro ser que nadie conoce, tan escondida que ni nosotros mismos podemos describirla. Es en ese lugar de nuestra mente donde los psicólogos trabajan. Allí pueden tocar fibras muy sensibles que pueden explicar nuestro comportamiento. Muchos traumas que rigen nuestra vida se encuentran allí, tal vez un miedo, una fobia escondida en los intrincados laberintos de la mente. Muchos de estos los podemos haber adquirido en la niñez y afloran ya siendo adultos. Así esas manías que una gran mayoría tenemos, pueden tener una solución feliz en manos de un profesional.
Pero desgraciadamente en nuestra sociedad, ir al psicólogo es equivalente a ir al manicomio. Muchas personas no acuden a este servicio simplemente por el tonto prejuicio creado a su alrededor. “No estoy loco”, dicen muchos a los que se les recomienda o sugiere una terapia.
Un día en una universidad se inauguro el servicio de psicología, algunos docentes con varios títulos en su haber, se hacían bromas en torno a ir al psicólogo, porque zutano o mengano estaba loco. Pregunto: ¿Qué dirán esos docentes si saben que uno de sus alumnos va al psicólogo? ¿Los creerán locos? Y entonces ¿Cómo trataran a una persona que ellos creen loco? Preocupante ¿no? Esa ignorancia es fatal.
Queda entonces desterrar esa mala información. ¿Se imaginan la sociedad libre de personas con problemas que pueden ser tratadas antes de que su mal se transforme en algo peor? Cuántas madres sin traumas criarían hijos libres de estos, cuántos padres no volcarían sus frustraciones en la familia, cuántos abusos menos habría; cuantos ladrones, mentirosos, violadores menos existirían en nuestra sociedad.
Nunca es tarde para corregirse. Un curtido periodista que trabaja conmigo sustenta que la edad vuelve al hombre difícil al cambio. Pienso que no es así, la voluntad de cambio está dentro de uno, solo que tiene que asumir sus problemas y, sobre todo, escuchar a los amigos que le advierten sus errores. Debe incluirse en esta tarea, el cariño de la familia, ese verdadero amor es fundamental para eso y, es mas, no se debe confundir este cariño con un silencio cómplice que al final solo logra que uno siga el camino equivocado. Un verdadero cariño implica ayudar al otro a ser mejor, superarse y no querer tapar el Sol con un dedo o dar excusa o explicación a algo que no la tiene.
Así que hoy tómese un tiempo, medite un poco, haga un examen de conciencia y vea cuáles son sus problemas, esos que todo el mundo se los dice, pero usted no acepta. Entonces ya es tiempo de una terapia. Vamos, no tenga miedo: No esta loco.
Oscar Pinto Sánchez
martes, enero 01, 2008
ARIGATOO: una experiencia personal
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjkwKUTumnvi6GNTnOMUniCOBl2jIl1LnqsP9DRlnRAsf7MOkn0UwVdn_0uISf2Rpex_9JNp3vrj7-jh7vpLCqFhQ6oxToIHRL5PJgSGsIsLyvglbcUXHRcgXbNH-4gfEwjYJzp/s320/arigato.jpg)
Watashiba Oscar Pinto desu, hajimemashite, doso yoroshiku. Esas fueron para las primeras palabras en japonés que aprendí. Significa: Me llamo Oscar Pinto, mucho gusto de conocerlo.
¿Por que aprender japonés? Esa fue la primera pregunta que me hizo mi madre el día que me aparecí en casa con un folleto del Instituto Cultural Peruano Japonés. Creo que todo comenzó muchos años antes, cuando a los doce años en plena fiebre de los héroes de los niños nipones Ultraman y Ultra Siete, fui a mi dentista quien era un nisei (descendiente de japoneses de segunda generación) Él tenía en su consultorio revistas sobre estos personajes, pero ¡oh desgracia!: todas estaban en japonés.
Desde ese día siempre me llamo la atención los hiraganas y kanjis del este idioma. Ver esos garabatos incompresibles que decían algo, fue una de las incógnitas que siempre guarde para mí.
Paso el tiempo, la universidad y el trabajo marcaron las pautas de mi vida pero el deseo de saber estaba dentro de mí. Armándome de valor y con mucha ilusión me matricule en el Centro Cultural Peruano Japonés de Lima a pesar de los ruegos de mi madre que me pedía que aprenda inglés.
El primer día de clase fue para mi todo un acontecimiento. Por fin podría descifrar los ideogramas que tanta curiosidad me producían. Llegue quince minutos antes, el salón estaba vacío, las paredes lucían con laminas de hiraganas, un mapa de Japón y unos afiches de Kioto. Contra toda costumbre me senté primero. Pasaron minutos y llegaron los que serian mis compañeros de clase. A excepción de una chica, que luego fue mi amiga Celeste, todos tenían ojos rasgados.
A las 5:30 pm, en punto hizo su ingreso mi profesora. Akamine sensei, era una mujer madura, alta, delgada y simpática, con una sonrisa enorme que contrastaba con sus ojitos rasgados. Akamine sensei empezó la clase con un japonés fluido, nada en español, de entrada me sentí como pez fuera del agua.
Pasaron los tres meses que duraba el ciclo, todos los días llegaba primero, con mucho esfuerzo hacia los trabajos pero en los exámenes la realidad era dura. Tres notas debajo del promedio me condenaron a ser el único del salón que réprobo el nivel A-1. Ese día recibí mi primera lección de vida que me marco profundamente. En el salón luego de saber las notas mi sensei repartió premios a todos los que habían destacado en algo: premio al que hablaba mejor, premio a la más alta nota... premio al que nunca había faltado y había hecho todas las tareas: Pinto san. Si yo recibía un premio, estaba desaprobado pero me otorgaban un premio, la profesora reconoció mi esfuerzo, no lo niego, una lagrima corrió por mi mejilla y aun corre al recordarlo. Primera vez que veía el reconocimiento al esfuerzo del que no llega a la meta.
Salí del instituto tan triste que no me di cuenta que mi sensei venia tras mío. - ¡Pinto san, Pinto san! - me llamaba. Iba a recibir una segunda lección.
-Pinto san, yo humildemente le pido disculpas porque usted ha desaprobado el curso. Dijo mientras se tomaba las manos e inclinaba la cabeza.
-No, sensei, no se preocupe, yo he sido mal alumno. Usted no tiene la culpa. Respondí asombrado por su actitud que no se ajustaba a la de ningún profesor por mí conocido.
-No, Pinto san, yo he sido mala profesora. Pero ¿por qué aprende usted japonés?, ¿Quiere ir a Japón?
-No, nunca soñé ir a Japón, solo quería aprender, tengo curiosidad por el idioma. - Y le conté mi historia.
-Ahh, ya entiendo, Corazón quiere aprender, pero cabeza no puede.
Me sonreí, mi sensie en su remendado castellano graficaba lo que me sucedía. Luego me pidió que no me rindiera, que siguiera estudiando. Yo tenía la voluntad, pero el hecho de ni siquiera haber escuchado el idioma era un limitante para mí. Sus palabras fueron como un bálsamo para mi alma, tan dolida por el fracaso. Ella comprendía que su deber era hacer que los alumnos aprendieran, y se sentía afectada en su orgullo personal. Que diferencia con lo que vivimos en el Perú, pense.
El siguiente ciclo regrese, volví a estudiar con otra profesora, pero esta vez si aprobé, Akamine sensei donde me encontraba siempre me ayudo. Su paciencia y dedicación desinteresada es una de los detalles que me mostró el lado humano de la docencia. Yo aprendí por ella. Aprendí a no rendirme y que siempre todos las personas tienen habilidades que hay que saber apreciar. Me enseño a que el proceso de aprendizaje a diferencia de nuestra realidad debe incluye a dos personas, el docente y el alumno. Y que si hay alguna falla esta puede venir de alguno de los dos. Es decir: ella asumía su responsabilidad. Termino esta parte de mi historia con un: Arigatoo, sincero a quien me enseño a enseñar.
ARIGATOO 2
Después de mucho batallar llegue al nivel A-6. Lo había logrado contra viento y marea.
De pronto me di cuenta de que iba a recibir mi diploma escrita en japonés, un diploma donde diría que yo, Pinto san había logrado pasar con mucho esfuerzo los seis niveles del idioma. Era época de Navidad y ese sería mi regalo personal.
De pronto me sentí a punto de tocar el cielo. Durante el tiempo que había pasado en el instituto logre que muchas sensei me tomen cariño, eso era para mi un gran honor. Llegue a tener una amiga por correspondencia en Tokyo con quien practicaba mi escritura mientras le escribía cartas.
Los tres exámenes fueron una victoria, 15, 17 y 18 sobre 20 hicieron que pensara ya como llegar a casa con mi diploma para enseñársela a mi madre. Quien me enseñaba ahora era Sakai sensei, ella era mucho mayor pero su alegría mostraba que la edad esta en el corazón.
Pero fue allí que llego lo que nunca esperaba. Faltaba todavía el examen final, esa nota era sobre 100 y si aprobaba mi diploma podía considerarla colgada en la pared de mi sala. Pero sucedió lo inesperado, ese día se me nubló la memoria, sabía todo pero a la vez no sabía nada.
El día que nos devolvieron las pruebas el resultado fue duro: obtuve un puntaje de 46. Estaba condenado.
Con la mirada gacha escuchaba como la sensei resolvía la prueba, me sentía tan mal, la victoria se me había escapado de las manos, ya casi la había tocado pero el destino otra vez me era adverso.
A mi lado los murmullos sonaban con fuerza, era el único del salón que había desaprobado. Las miradas de esos ojitos rasgados taladraban mi honor.
De pronto la sensei termino y dijo: Bueno ahora ya todos pueden pasar una buenas fiestas navideñas porque todos han aprobado.
De golpe todas las miradas se dirigieron a mi.
-Si, - dijo la sensei- no se asombren todos han aprobado, hasta Pinto san aprobó.
La risa exploto, ese: "hasta Pinto san" fue tomado como burla, ella prosiguió.
No, no se rían. Ustedes no saben la historia de Pinto san. Él desde nivel A-1, viene todos los días temprano, hace sus tareas con mucho esfuerzo, Pinto san no tiene familia japonesa, él no quiere ir a Japón, el aprende porque desea saber.
Pinto san, ha tenido este ciclo buenas notas, pero en último examen tuvo mala suerte. Pero para mi, él ha sido buen alumno, es por eso que yo lo apruebo. Pinto san, quiero que sepa que su esfuerzo yo lo reconozco. Yo lo apruebo– Tomo el corrector, borro la nota y la cambio por el promedio de mis exámenes.
Yo estaba helado, la emoción que sentí es algo difícil de describir. Un par de lagrimas bailaban en mis ojos tratando de no caer. Creo que nunca espere eso. Casi había llegado a la cima, me caí antes de llegar pero alguien me dio la mano. Increíble.
Sakai sensei falleció un año después. Ella nos decía que porque nos vamos del país. Que Japón nos da apoyo en becas no para que nos vayamos a vivir allá, sino para que aprendamos y regresemos a poner en práctica lo aprendido. Una frase que nunca olvidare fue: "Como quisiera tener Japón un poquito de Perú". El Perú era para ella un país con el problema de que sus ciudadanos trataban de ser cada día menos peruanos. "Algunos peruanos no están orgullosos de su patria, en cambio el japonés orgulloso de ser japonés desde pequeño" decía. Sakai sensei me enseño a querer mi país, a sentirme orgulloso de ser peruano y de mirar dentro de mi país, a diferencia de muchos, todas las posibilidades que existen aquí.
Los años pasaron, deje de estudiar japonés por razones económicas y de tiempo, pero siempre lleve en el corazón lo que aprendí de todas las sensei. De todas maneras de vez en cuando surgía la pregunta de algún amigo ¿por qué estudiaste japonés?
Hoy siendo profesor de fotografía en la Universidad Nacional Agraria La Molina llego al salón una becaria japonesa. Yuki san no sabe casi nada de español, pero tiene muchas ganas de aprender.
Cuando la veo a ella me veo a mi. Y estoy dándole la misma paciencia y compresión que me dieron mis buenas sensei. Ahora puedo recordar el japonés que estaba olvidando, y su presencia es un acicate para ser más didáctico y tratar de dar lo mejor de mi. La vida da vueltas. Paradojas del destino.
Si no hubiera pasado por el Centro Cultural Peruano Japonés, creo que no comprendería lo difícil que es estar en un lugar donde se habla otro idioma. Allí aprendí muchas cosas: solidaridad y paciencia. Y recibí apoyo, cariño y comprensión. Si no hubiera pasado por allí no sabría la responsabilidad que adquiere el profesor con el alumno. En otras palabras "enseñar más con amor que con sabiduría" porque lo que se aprende con amor queda toda la vida, y ese es el fin de la docencia: que los alumnos aprendan.
Tal vez si Yuki no aprende fotografía le dire: "Yuki san, humildemente le pido disculpas por haber sido mal profesor". Les prometo que tratare que eso no suceda.
Han pasado muchos años, pero el recuerdo de Sakai sensie vive dentro de mi. Ahora si la tuviera de nuevo frente a mi le diria:
Sakai sensei: Ahora ya sé porque estudie japonés. Domo arigatoo gozaimasu.
Oscar Pinto Sánchez
www,fotoves.com
¿Por que aprender japonés? Esa fue la primera pregunta que me hizo mi madre el día que me aparecí en casa con un folleto del Instituto Cultural Peruano Japonés. Creo que todo comenzó muchos años antes, cuando a los doce años en plena fiebre de los héroes de los niños nipones Ultraman y Ultra Siete, fui a mi dentista quien era un nisei (descendiente de japoneses de segunda generación) Él tenía en su consultorio revistas sobre estos personajes, pero ¡oh desgracia!: todas estaban en japonés.
Desde ese día siempre me llamo la atención los hiraganas y kanjis del este idioma. Ver esos garabatos incompresibles que decían algo, fue una de las incógnitas que siempre guarde para mí.
Paso el tiempo, la universidad y el trabajo marcaron las pautas de mi vida pero el deseo de saber estaba dentro de mí. Armándome de valor y con mucha ilusión me matricule en el Centro Cultural Peruano Japonés de Lima a pesar de los ruegos de mi madre que me pedía que aprenda inglés.
El primer día de clase fue para mi todo un acontecimiento. Por fin podría descifrar los ideogramas que tanta curiosidad me producían. Llegue quince minutos antes, el salón estaba vacío, las paredes lucían con laminas de hiraganas, un mapa de Japón y unos afiches de Kioto. Contra toda costumbre me senté primero. Pasaron minutos y llegaron los que serian mis compañeros de clase. A excepción de una chica, que luego fue mi amiga Celeste, todos tenían ojos rasgados.
A las 5:30 pm, en punto hizo su ingreso mi profesora. Akamine sensei, era una mujer madura, alta, delgada y simpática, con una sonrisa enorme que contrastaba con sus ojitos rasgados. Akamine sensei empezó la clase con un japonés fluido, nada en español, de entrada me sentí como pez fuera del agua.
Pasaron los tres meses que duraba el ciclo, todos los días llegaba primero, con mucho esfuerzo hacia los trabajos pero en los exámenes la realidad era dura. Tres notas debajo del promedio me condenaron a ser el único del salón que réprobo el nivel A-1. Ese día recibí mi primera lección de vida que me marco profundamente. En el salón luego de saber las notas mi sensei repartió premios a todos los que habían destacado en algo: premio al que hablaba mejor, premio a la más alta nota... premio al que nunca había faltado y había hecho todas las tareas: Pinto san. Si yo recibía un premio, estaba desaprobado pero me otorgaban un premio, la profesora reconoció mi esfuerzo, no lo niego, una lagrima corrió por mi mejilla y aun corre al recordarlo. Primera vez que veía el reconocimiento al esfuerzo del que no llega a la meta.
Salí del instituto tan triste que no me di cuenta que mi sensei venia tras mío. - ¡Pinto san, Pinto san! - me llamaba. Iba a recibir una segunda lección.
-Pinto san, yo humildemente le pido disculpas porque usted ha desaprobado el curso. Dijo mientras se tomaba las manos e inclinaba la cabeza.
-No, sensei, no se preocupe, yo he sido mal alumno. Usted no tiene la culpa. Respondí asombrado por su actitud que no se ajustaba a la de ningún profesor por mí conocido.
-No, Pinto san, yo he sido mala profesora. Pero ¿por qué aprende usted japonés?, ¿Quiere ir a Japón?
-No, nunca soñé ir a Japón, solo quería aprender, tengo curiosidad por el idioma. - Y le conté mi historia.
-Ahh, ya entiendo, Corazón quiere aprender, pero cabeza no puede.
Me sonreí, mi sensie en su remendado castellano graficaba lo que me sucedía. Luego me pidió que no me rindiera, que siguiera estudiando. Yo tenía la voluntad, pero el hecho de ni siquiera haber escuchado el idioma era un limitante para mí. Sus palabras fueron como un bálsamo para mi alma, tan dolida por el fracaso. Ella comprendía que su deber era hacer que los alumnos aprendieran, y se sentía afectada en su orgullo personal. Que diferencia con lo que vivimos en el Perú, pense.
El siguiente ciclo regrese, volví a estudiar con otra profesora, pero esta vez si aprobé, Akamine sensei donde me encontraba siempre me ayudo. Su paciencia y dedicación desinteresada es una de los detalles que me mostró el lado humano de la docencia. Yo aprendí por ella. Aprendí a no rendirme y que siempre todos las personas tienen habilidades que hay que saber apreciar. Me enseño a que el proceso de aprendizaje a diferencia de nuestra realidad debe incluye a dos personas, el docente y el alumno. Y que si hay alguna falla esta puede venir de alguno de los dos. Es decir: ella asumía su responsabilidad. Termino esta parte de mi historia con un: Arigatoo, sincero a quien me enseño a enseñar.
ARIGATOO 2
Después de mucho batallar llegue al nivel A-6. Lo había logrado contra viento y marea.
De pronto me di cuenta de que iba a recibir mi diploma escrita en japonés, un diploma donde diría que yo, Pinto san había logrado pasar con mucho esfuerzo los seis niveles del idioma. Era época de Navidad y ese sería mi regalo personal.
De pronto me sentí a punto de tocar el cielo. Durante el tiempo que había pasado en el instituto logre que muchas sensei me tomen cariño, eso era para mi un gran honor. Llegue a tener una amiga por correspondencia en Tokyo con quien practicaba mi escritura mientras le escribía cartas.
Los tres exámenes fueron una victoria, 15, 17 y 18 sobre 20 hicieron que pensara ya como llegar a casa con mi diploma para enseñársela a mi madre. Quien me enseñaba ahora era Sakai sensei, ella era mucho mayor pero su alegría mostraba que la edad esta en el corazón.
Pero fue allí que llego lo que nunca esperaba. Faltaba todavía el examen final, esa nota era sobre 100 y si aprobaba mi diploma podía considerarla colgada en la pared de mi sala. Pero sucedió lo inesperado, ese día se me nubló la memoria, sabía todo pero a la vez no sabía nada.
El día que nos devolvieron las pruebas el resultado fue duro: obtuve un puntaje de 46. Estaba condenado.
Con la mirada gacha escuchaba como la sensei resolvía la prueba, me sentía tan mal, la victoria se me había escapado de las manos, ya casi la había tocado pero el destino otra vez me era adverso.
A mi lado los murmullos sonaban con fuerza, era el único del salón que había desaprobado. Las miradas de esos ojitos rasgados taladraban mi honor.
De pronto la sensei termino y dijo: Bueno ahora ya todos pueden pasar una buenas fiestas navideñas porque todos han aprobado.
De golpe todas las miradas se dirigieron a mi.
-Si, - dijo la sensei- no se asombren todos han aprobado, hasta Pinto san aprobó.
La risa exploto, ese: "hasta Pinto san" fue tomado como burla, ella prosiguió.
No, no se rían. Ustedes no saben la historia de Pinto san. Él desde nivel A-1, viene todos los días temprano, hace sus tareas con mucho esfuerzo, Pinto san no tiene familia japonesa, él no quiere ir a Japón, el aprende porque desea saber.
Pinto san, ha tenido este ciclo buenas notas, pero en último examen tuvo mala suerte. Pero para mi, él ha sido buen alumno, es por eso que yo lo apruebo. Pinto san, quiero que sepa que su esfuerzo yo lo reconozco. Yo lo apruebo– Tomo el corrector, borro la nota y la cambio por el promedio de mis exámenes.
Yo estaba helado, la emoción que sentí es algo difícil de describir. Un par de lagrimas bailaban en mis ojos tratando de no caer. Creo que nunca espere eso. Casi había llegado a la cima, me caí antes de llegar pero alguien me dio la mano. Increíble.
Sakai sensei falleció un año después. Ella nos decía que porque nos vamos del país. Que Japón nos da apoyo en becas no para que nos vayamos a vivir allá, sino para que aprendamos y regresemos a poner en práctica lo aprendido. Una frase que nunca olvidare fue: "Como quisiera tener Japón un poquito de Perú". El Perú era para ella un país con el problema de que sus ciudadanos trataban de ser cada día menos peruanos. "Algunos peruanos no están orgullosos de su patria, en cambio el japonés orgulloso de ser japonés desde pequeño" decía. Sakai sensei me enseño a querer mi país, a sentirme orgulloso de ser peruano y de mirar dentro de mi país, a diferencia de muchos, todas las posibilidades que existen aquí.
Los años pasaron, deje de estudiar japonés por razones económicas y de tiempo, pero siempre lleve en el corazón lo que aprendí de todas las sensei. De todas maneras de vez en cuando surgía la pregunta de algún amigo ¿por qué estudiaste japonés?
Hoy siendo profesor de fotografía en la Universidad Nacional Agraria La Molina llego al salón una becaria japonesa. Yuki san no sabe casi nada de español, pero tiene muchas ganas de aprender.
Cuando la veo a ella me veo a mi. Y estoy dándole la misma paciencia y compresión que me dieron mis buenas sensei. Ahora puedo recordar el japonés que estaba olvidando, y su presencia es un acicate para ser más didáctico y tratar de dar lo mejor de mi. La vida da vueltas. Paradojas del destino.
Si no hubiera pasado por el Centro Cultural Peruano Japonés, creo que no comprendería lo difícil que es estar en un lugar donde se habla otro idioma. Allí aprendí muchas cosas: solidaridad y paciencia. Y recibí apoyo, cariño y comprensión. Si no hubiera pasado por allí no sabría la responsabilidad que adquiere el profesor con el alumno. En otras palabras "enseñar más con amor que con sabiduría" porque lo que se aprende con amor queda toda la vida, y ese es el fin de la docencia: que los alumnos aprendan.
Tal vez si Yuki no aprende fotografía le dire: "Yuki san, humildemente le pido disculpas por haber sido mal profesor". Les prometo que tratare que eso no suceda.
Han pasado muchos años, pero el recuerdo de Sakai sensie vive dentro de mi. Ahora si la tuviera de nuevo frente a mi le diria:
Sakai sensei: Ahora ya sé porque estudie japonés. Domo arigatoo gozaimasu.
Oscar Pinto Sánchez
www,fotoves.com
fotoves@hotmail.com
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