martes, enero 01, 2008

ARIGATOO: una experiencia personal


Watashiba Oscar Pinto desu, hajimemashite, doso yoroshiku. Esas fueron para las primeras palabras en japonés que aprendí. Significa: Me llamo Oscar Pinto, mucho gusto de conocerlo.

¿Por que aprender japonés? Esa fue la primera pregunta que me hizo mi madre el día que me aparecí en casa con un folleto del Instituto Cultural Peruano Japonés. Creo que todo comenzó muchos años antes, cuando a los doce años en plena fiebre de los héroes de los niños nipones Ultraman y Ultra Siete, fui a mi dentista quien era un nisei (descendiente de japoneses de segunda generación) Él tenía en su consultorio revistas sobre estos personajes, pero ¡oh desgracia!: todas estaban en japonés.

Desde ese día siempre me llamo la atención los hiraganas y kanjis del este idioma. Ver esos garabatos incompresibles que decían algo, fue una de las incógnitas que siempre guarde para mí.

Paso el tiempo, la universidad y el trabajo marcaron las pautas de mi vida pero el deseo de saber estaba dentro de mí. Armándome de valor y con mucha ilusión me matricule en el Centro Cultural Peruano Japonés de Lima a pesar de los ruegos de mi madre que me pedía que aprenda inglés.

El primer día de clase fue para mi todo un acontecimiento. Por fin podría descifrar los ideogramas que tanta curiosidad me producían. Llegue quince minutos antes, el salón estaba vacío, las paredes lucían con laminas de hiraganas, un mapa de Japón y unos afiches de Kioto. Contra toda costumbre me senté primero. Pasaron minutos y llegaron los que serian mis compañeros de clase. A excepción de una chica, que luego fue mi amiga Celeste, todos tenían ojos rasgados.

A las 5:30 pm, en punto hizo su ingreso mi profesora. Akamine sensei, era una mujer madura, alta, delgada y simpática, con una sonrisa enorme que contrastaba con sus ojitos rasgados. Akamine sensei empezó la clase con un japonés fluido, nada en español, de entrada me sentí como pez fuera del agua.

Pasaron los tres meses que duraba el ciclo, todos los días llegaba primero, con mucho esfuerzo hacia los trabajos pero en los exámenes la realidad era dura. Tres notas debajo del promedio me condenaron a ser el único del salón que réprobo el nivel A-1. Ese día recibí mi primera lección de vida que me marco profundamente. En el salón luego de saber las notas mi sensei repartió premios a todos los que habían destacado en algo: premio al que hablaba mejor, premio a la más alta nota... premio al que nunca había faltado y había hecho todas las tareas: Pinto san. Si yo recibía un premio, estaba desaprobado pero me otorgaban un premio, la profesora reconoció mi esfuerzo, no lo niego, una lagrima corrió por mi mejilla y aun corre al recordarlo. Primera vez que veía el reconocimiento al esfuerzo del que no llega a la meta.
Salí del instituto tan triste que no me di cuenta que mi sensei venia tras mío. - ¡Pinto san, Pinto san! - me llamaba. Iba a recibir una segunda lección.

-Pinto san, yo humildemente le pido disculpas porque usted ha desaprobado el curso. Dijo mientras se tomaba las manos e inclinaba la cabeza.
-No, sensei, no se preocupe, yo he sido mal alumno. Usted no tiene la culpa. Respondí asombrado por su actitud que no se ajustaba a la de ningún profesor por mí conocido.
-No, Pinto san, yo he sido mala profesora. Pero ¿por qué aprende usted japonés?, ¿Quiere ir a Japón?
-No, nunca soñé ir a Japón, solo quería aprender, tengo curiosidad por el idioma. - Y le conté mi historia.
-Ahh, ya entiendo, Corazón quiere aprender, pero cabeza no puede.

Me sonreí, mi sensie en su remendado castellano graficaba lo que me sucedía. Luego me pidió que no me rindiera, que siguiera estudiando. Yo tenía la voluntad, pero el hecho de ni siquiera haber escuchado el idioma era un limitante para mí. Sus palabras fueron como un bálsamo para mi alma, tan dolida por el fracaso. Ella comprendía que su deber era hacer que los alumnos aprendieran, y se sentía afectada en su orgullo personal. Que diferencia con lo que vivimos en el Perú, pense.

El siguiente ciclo regrese, volví a estudiar con otra profesora, pero esta vez si aprobé, Akamine sensei donde me encontraba siempre me ayudo. Su paciencia y dedicación desinteresada es una de los detalles que me mostró el lado humano de la docencia. Yo aprendí por ella. Aprendí a no rendirme y que siempre todos las personas tienen habilidades que hay que saber apreciar. Me enseño a que el proceso de aprendizaje a diferencia de nuestra realidad debe incluye a dos personas, el docente y el alumno. Y que si hay alguna falla esta puede venir de alguno de los dos. Es decir: ella asumía su responsabilidad. Termino esta parte de mi historia con un: Arigatoo, sincero a quien me enseño a enseñar.


ARIGATOO 2

Después de mucho batallar llegue al nivel A-6. Lo había logrado contra viento y marea.
De pronto me di cuenta de que iba a recibir mi diploma escrita en japonés, un diploma donde diría que yo, Pinto san había logrado pasar con mucho esfuerzo los seis niveles del idioma. Era época de Navidad y ese sería mi regalo personal.

De pronto me sentí a punto de tocar el cielo. Durante el tiempo que había pasado en el instituto logre que muchas sensei me tomen cariño, eso era para mi un gran honor. Llegue a tener una amiga por correspondencia en Tokyo con quien practicaba mi escritura mientras le escribía cartas.

Los tres exámenes fueron una victoria, 15, 17 y 18 sobre 20 hicieron que pensara ya como llegar a casa con mi diploma para enseñársela a mi madre. Quien me enseñaba ahora era Sakai sensei, ella era mucho mayor pero su alegría mostraba que la edad esta en el corazón.

Pero fue allí que llego lo que nunca esperaba. Faltaba todavía el examen final, esa nota era sobre 100 y si aprobaba mi diploma podía considerarla colgada en la pared de mi sala. Pero sucedió lo inesperado, ese día se me nubló la memoria, sabía todo pero a la vez no sabía nada.

El día que nos devolvieron las pruebas el resultado fue duro: obtuve un puntaje de 46. Estaba condenado.

Con la mirada gacha escuchaba como la sensei resolvía la prueba, me sentía tan mal, la victoria se me había escapado de las manos, ya casi la había tocado pero el destino otra vez me era adverso.

A mi lado los murmullos sonaban con fuerza, era el único del salón que había desaprobado. Las miradas de esos ojitos rasgados taladraban mi honor.

De pronto la sensei termino y dijo: Bueno ahora ya todos pueden pasar una buenas fiestas navideñas porque todos han aprobado.

De golpe todas las miradas se dirigieron a mi.
-Si, - dijo la sensei- no se asombren todos han aprobado, hasta Pinto san aprobó.
La risa exploto, ese: "hasta Pinto san" fue tomado como burla, ella prosiguió.

No, no se rían. Ustedes no saben la historia de Pinto san. Él desde nivel A-1, viene todos los días temprano, hace sus tareas con mucho esfuerzo, Pinto san no tiene familia japonesa, él no quiere ir a Japón, el aprende porque desea saber.

Pinto san, ha tenido este ciclo buenas notas, pero en último examen tuvo mala suerte. Pero para mi, él ha sido buen alumno, es por eso que yo lo apruebo. Pinto san, quiero que sepa que su esfuerzo yo lo reconozco. Yo lo apruebo– Tomo el corrector, borro la nota y la cambio por el promedio de mis exámenes.

Yo estaba helado, la emoción que sentí es algo difícil de describir. Un par de lagrimas bailaban en mis ojos tratando de no caer. Creo que nunca espere eso. Casi había llegado a la cima, me caí antes de llegar pero alguien me dio la mano. Increíble.

Sakai sensei falleció un año después. Ella nos decía que porque nos vamos del país. Que Japón nos da apoyo en becas no para que nos vayamos a vivir allá, sino para que aprendamos y regresemos a poner en práctica lo aprendido. Una frase que nunca olvidare fue: "Como quisiera tener Japón un poquito de Perú". El Perú era para ella un país con el problema de que sus ciudadanos trataban de ser cada día menos peruanos. "Algunos peruanos no están orgullosos de su patria, en cambio el japonés orgulloso de ser japonés desde pequeño" decía. Sakai sensei me enseño a querer mi país, a sentirme orgulloso de ser peruano y de mirar dentro de mi país, a diferencia de muchos, todas las posibilidades que existen aquí.

Los años pasaron, deje de estudiar japonés por razones económicas y de tiempo, pero siempre lleve en el corazón lo que aprendí de todas las sensei. De todas maneras de vez en cuando surgía la pregunta de algún amigo ¿por qué estudiaste japonés?

Hoy siendo profesor de fotografía en la Universidad Nacional Agraria La Molina llego al salón una becaria japonesa. Yuki san no sabe casi nada de español, pero tiene muchas ganas de aprender.

Cuando la veo a ella me veo a mi. Y estoy dándole la misma paciencia y compresión que me dieron mis buenas sensei. Ahora puedo recordar el japonés que estaba olvidando, y su presencia es un acicate para ser más didáctico y tratar de dar lo mejor de mi. La vida da vueltas. Paradojas del destino.

Si no hubiera pasado por el Centro Cultural Peruano Japonés, creo que no comprendería lo difícil que es estar en un lugar donde se habla otro idioma. Allí aprendí muchas cosas: solidaridad y paciencia. Y recibí apoyo, cariño y comprensión. Si no hubiera pasado por allí no sabría la responsabilidad que adquiere el profesor con el alumno. En otras palabras "enseñar más con amor que con sabiduría" porque lo que se aprende con amor queda toda la vida, y ese es el fin de la docencia: que los alumnos aprendan.

Tal vez si Yuki no aprende fotografía le dire: "Yuki san, humildemente le pido disculpas por haber sido mal profesor". Les prometo que tratare que eso no suceda.

Han pasado muchos años, pero el recuerdo de Sakai sensie vive dentro de mi. Ahora si la tuviera de nuevo frente a mi le diria:

Sakai sensei: Ahora ya sé porque estudie japonés. Domo arigatoo gozaimasu.

Oscar Pinto Sánchez
www,fotoves.com

fotoves@hotmail.com

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