OSORIO, el palomilla
Hace ya muchos años que no sé de él. Lo recuerdo con su tez trigueña, una nariz que me hacía recordar a un roedor, su cabello rebelde y chompa gris con un hueco en el codo que disimulaba con un parche de marroquí. Así era Osorio, el palomilla de 5 año “D” de la GUE Alfonso Ugarte, “Ochoro” para nosotros, Osorio para otros será recordado como el vulgar palomilla, el “vivo” del salón. Él pegaba a todos, nos lanzaba piedras y robaba lapiceros, reglas, cuadernos, libros, galletas y todo lo que veía sin custodia.
Nuestro salón de clases era como el de toda escuela fiscal. Hoy ya mayor, puedo decir que allí se reflejaban todas las clases sociales e idiosincrasia humana. Los que se sentaban adelante eran los que iban a aprender, los del medio, los que trataban de hacerlo y los del fondo, quienes iban a hacer del salón un satélite de su bajo entorno social.
Todo esto viene a colación al pensar dónde reside el mal de nuestra sociedad. Creo, pero puedo equivocarme, que ya tengo la respuesta: en la escuela.
Al menos, eso es lo que he vivido. Si alguno de los lectores recuerda su escuela verá que tengo razón. Muchas veces frente al abuso de los “malos” del salón, uno pensó en cambiarse a ese bando. En cambio otros siguieron tercamente el derrotero que les enseñaron sus padres y, al final, la vida los premió o al menos su conciencia les permite mirar a todos a los ojos. Lo que fue visto por una “palomillada” por el maestro, se convertirá, tal vez, en un delito mayor con el paso del tiempo. ¿Porqué no lo detienen antes? ¿Porqué dejan que madure el mal?
¿Pero qué fue de ellos, “los vivos” del salón? Me imagino que ahora deben estar haciendo lo mismo a lo que se acostumbraron en su escuela, en cualquiera de sus campos profesionales: extorsionar, robar, engañar y otras tantas maldades que pueblan el lado oscuro del alma, claro que de una manera más elegante.
Es allí donde puedo explicar todo lo que ha pasado en estos últimos años. Al “vivo” se le ve como triunfador; no importa cómo consiguió sus objetivos y hasta es objeto de admiración por otros menos privilegiados mentales. Así tenemos: ladrones de cuello y corbata que no tienen la vergüenza de robar hasta panetones a niños minusválidos, o millones de dólares. No importa la cantidad o calidad del robo, el hecho es lo condenable.
Nuestra sociedad actual ha degenerado tanto que ve en estos seres el éxito personalizado, ellos son los triunfadores y todos quieren ser como ellos.
¿Pero qué hace la sociedad frente a tanta podredumbre? Silencio. El silencio cómplice actúa allí, viviendo de toda esa lacra mientras esta le da sustento. Así tenemos explicación a que hechos tan detestables pasen inadvertidos bajo nuestra complicidad. Muchos hasta ahora admiran la “inteligencia” de algunos para robar millones de dólares. ¿Hasta dónde hemos llegado?
Así emito otra teoría: ¿Serán los malos quienes tienen el poder en el país? Y si es así, ¿por qué los dejamos?.
Miren a su alrededor y me darán la razón: Miren por ejemplo a su jefe, ¿cómo es su carácter? ¿Es cordial, comunicativo, presto al dialogo? ¿Hace que trabajen lo justo? ¿No les permite trabajar más de 10 horas diarias? ¿Piensa que tienen familia, padres, esposa, hijos? Felicitaciones: Cuídelo. Pero si no es así, pregúntese: ¿Cómo puede llegar una persona con tan pocos valores a ser cabeza de un grupo humano? ¿Cuántos figurarán en su lista de personas atropelladas en sus derechos más elementales?
Tome una combi, mire al chofer cómo trata al usuario, como está vestido. Hasta ha perdido su amor por el mismo. Observe cómo rompe las reglas de tránsito, como goza al hacerlo. Como muchas veces soborna a la autoridad. ¿Raro, no?
Camine por las calles del centro. Gente arrojando papeles al suelo, paredes pintadas, ladrones que roban y hasta le abren camino al momento de escapar.
Hasta tener fama de “buena gente” es un estigma para algunos. Un día una persona me dijo que si pienso así nunca llegaría a ser jefe de una oficina como si lo era él. ¡Horror!, Prefiero bendiciones a maldiciones. Es que hasta nos asquea el cariño, aprecio y amor de los demás.
El Perú tiene casi toda su vida republicana en el mando gente que se vanaglorio de ser dura e inflexible, y miren como estamos. En resumen los hechos demuestran que esa formula no funciona. ¿Por que no tomamos el otro camino?
Para finalizar, propongo un nuevo curso en las escuelas: El amor por los demás.
Oscar Pinto Sánchez
lunes, noviembre 03, 2008
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