lunes, noviembre 03, 2008

La Ventanita

La Ventanita


La historia que voy a contar siempre la quise escribir, pero por cuestiones del destino, siempre me pareció algo tonta, creo que la vida enseña que no hay nada tonto, sino momentos que te pueden hacer sentir bien, o sentir mal, sentir ganador o perdedor, sentir que no hay camino o que tal vez el camino lo haces tu mismo. Esta es una de esas historias que buscan llegar a los corazones de quienes llenos de su temporal poder, ese que no permite escuchar o entender que la vida no es solo como ellos la miran, se olvidan de que hay otra forma de ganar, tal vez no tan gran grande y efímera como algunas, esta es pequeña pero permanece en el recuerdo y por lo tanto es más grande, y si hoy esta historia te hace sonreír o meditar, ya cumplió su cometido. Para ellos, para quienes a veces piensan que las ilusiones son solo eso, va esta historia que titulo: La ventanita.

Creo que siempre me gusto soñar, como todos los artistas arme un mundo en mi interior, donde muchas veces yo era el triunfador, muchas veces viví mis pequeños triunfos, grandes para mi, insignificantes para otros, casi nunca me sentí comprendido, soy un ave rara, esos que la gente piensan que no deben existir en el mundo real, pero yo soy de una especie extraña, soy los que pintan de colores la vida para que los mortales materialistas todos los días beban algo de belleza. Se que ellos no entenderán, por que sus mentes solo ven y adoran lo que pueden tocar. Yo soy más grande, veo y amo lo que nadie puede ver, lo que se que vendrá , yo se esperar.

Mi pasión por la fotografía empezó junto a una cámara Diana de plástico, que mi madre me compro en la desaparecida tienda Monterrey y con la cual hice mis primeras fotografías en blanco y negro, en aquellas primeras imágenes estaban mis amigos de primaria en el glorioso colegio Alfonso Ugarte, yo era un niño que no jugaba pelota, solo tomaba las fotos de los goles.

¿Que serán de aquellas fotos cuadradas que enviaba a revelar a una cuadra de mi casa y que demoraban una semana en regresar con su preciado instante congelado en el tiempo?, creo que se deben haber perdido como todo lo que uno pierde cuando la inocencia de los niños se va. Perdone amigo lector, la historia se va en devaneos históricos personales, disculpe, pero ya ubicado en la psicología de este fotógrafo, espero que a partir de ahora me entienda, no se preocupe. Si no lo hace, su intelecto debe ser como el de la mayoría de personas que no me entiende y me prejuzga y hasta nos odia por no ser como ellos, por sonreír cuando los demás buscan preocuparse, por no pelear como ellos lo harían, por no responder sus traiciones con violencia, por tratar de vivir la vida como uno la desearía haber vivido al final de sus días, simplemente en paz. Una lastima que muchos me entenderán en el lecho de muerte... los sabré entender, las personas como yo, sabemos entender.

Y así soñador como todos, me dedique a tratar de aprender fotografía. Durante muchos años compre libros, folletos que leía con avidez y atesoraba con mucho cuidado, cada uno de ellos era en mi ilusión, era una llave en la búsqueda del conocimiento, pero el dinero era escaso y los libros también.
Es así que durante muchos años me dedique ir religiosamente cada mes a preguntar cuanto costaba el curso de fotografía en el instituto más exclusivo de los década de los noventas, el Tolusse Lautrec.

El instituto en aquella época quedaba en la Bajada Balta en Miraflores en una casona que miraba al Parque del Amor, recuerdo que cuando pedía entrar para solicitar informes el vigilante me miraba con desdén, con mucha ilusión preguntaba el costo y la secretaria me daba un lindo folletito de colores, con el precio que rompía mi corazón y mis ilusiones. Tomaba el folleto y con mucho cuidado lo guardaba entre mis libros, estiradito para leerlo sin arrugas. Y regresaba a casa, caminado y haciendo decenas de operaciones matemáticas imaginarias para poder pagar el curso. Deben de recordar que un artista sueña con una velocidad extraordinaria, tan rápida que nos escapamos de la realidad. Pero mi parte real, me daba la respuesta: ni lo sueñes, así que el folletito terminaba guardado muy estiradito en el fondo de mi mesita de noche, escondido, como ustedes se imaginaran, ser artista es como ser la oveja negra de la familia, yo no quería serlo.

Y así pasaron varios años, cada temporada, yo, cual peregrino recalaba en el instituto para recibir el folletito con el precio inalcanzable, el lector se preguntara ¿por que lo hacia?, en mi infinita ilusión creía que algún día los precios bajarían. “Una oferta... tal vez, una beca... tal vez... un día... tal vez”, pero un día ocurrió algo inesperado, la señorita que daba los informes me dijo: “Si desea puede ver el laboratorio donde se dicta el curso”, ¿donde? pregunte, “allí, mire por la ventanita que esta en la escalera” y allí fui asomarme parado de puntillas y a través de esa ventanita pude ver a los alumnos en medio de una clase de revelado, yo atónito observaba cual intruso, por un instante el sueño era realidad. Y así meditando lleno de imaginarias operaciones financieras retornaba a mi casa con el preciado tesoro para colocarlo con los demás en el fondo de mis ilusiones.

Un día ya estudiando en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, lleve el curso de fotografía, por fin pude entender todos los secretos de aquel arte que me obsesionaba, aprendí a revelar, a ver con otros ojos el mundo, aprendí y aprendí tanto que me dedique a enseñar a mis amigos. Un día mientras esperábamos al profesor me dedique a enseñar algunos puntos que mis amigos no entendían, de pronto mi clandestina clase, fue rota por unos aplausos, voltee y era el profesor, “Bravo, muy bien, parece que ya tengo reemplazo” me dijo sonriendo. Ese día nací como profesor.

Y así termine enseñando fotografía en la Oficina de Extensión Universitaria de San Marcos, pocos alumnos pero grandes satisfacciones. De allí fui fotógrafo de la Oficina de Relaciones Públicas de mi universidad y un profesor me llevo al Ministerio de Transportes como practicante. Fue allí en medio de una conferencia de prensa encontré a una fotógrafa que se le había acabado la película fotográfica en plena sesión de fotos, yo solo instintivamente busque en mis bolsillos y le di una de mis películas, la cual rápidamente coloco y siguió tomando fotos, al terminar me lo quiso pagar, “No gracias, no te preocupes”, le dije. “Otro día me lo das”. “Eres fotógrafo del Ministerio” me pregunto, “si”, le dije, “yo trabajo en El Peruano, me llamo Peruska Chambi” Chambi? Ese nombre sonó en mis oídos diferente. Era la nieta de Martín Chambi, el más grande fotógrafo peruano del siglo XX. Le di mi tarjeta, le conté lo que hacia y que enseñaba fotografía en San Marcos.

Semanas después, un sábado en la mañana, sonó el teléfono, era ella, Peruska me llamaba, me pregunto si sabia revelar, le dije que si, y me dijo que si me gustaría ser profesor de laboratorio en un instituto, le dije que si, que ese era mi sueño. “Entonces te espero el lunes con tu curriculum vitae en el instituto Tolusse Lautrec”. Me quede pasmado. Yo, simple mortal, victima de sonrisas por ser fotógrafo, yo, si yo, profesor del Tolusse Lautrec? Estaba soñando, la vida no puede ser así según los que viven en el mundo real.

Y así fue, el día lunes ingresaba luego de una entrevista al Tolusse Lautrec, el momento cumbre fue al ingresar al laboratorio donde daría mis clases.

En medio mi silencio mental mientras Peruska me mostraba los ambientes, mire la ventanita por donde yo mire meses atrás y soñé ser alumno. Me recordé observando de puntillas, sonreí y una lagrima llego asomar. La vida me daba una lección. Los sueños se pueden lograr. El destino se apiado de mi. Creo que hasta las ilusiones conmueven a Dios. Él me dijo, no seas alumno, mejor se profesor.

Hoy escribo estas historia por que ahora creo que merece contarse, por que se que muchos nos ven perdedores. Pobres ilusos que no se ven en la balanza de la vida como nosotros los vemos a ellos, sin juzgarlos. Para que ellos, los soñadores incomprendidos, juzgados, menospreciados y objeto de burla sepan que gente como nosotros es necesaria. Que artistas como yo encontramos la belleza donde otros no la ven, descubrimos lo hermoso de una flor, lo bello de un cuerpo, sin el morbo que algunos piensan, lo maravilloso de un atardecer, lo sublime de una noche estrellada, lo sorprendente en una sombra, lo tierno de una mirada y de que simple y sencillamente no somos como ellos. Que no quitamos nada a nadie, solo lo atrapamos sin hacer daño. Quiero que sepan que gente como nosotros tal vez con nuestra manera sue generis de disfrutar la vida le arrancamos una sonrisa a Dios cuando las estrellas tililan en el firmamento. Dios sonríe con nosotros amigo, si Él lo hace... que te importa que los demás no te entiendan. Solamente, sigue siendo feliz.


Oscar Pinto Sánchez
www.fotoves.com
Julio 2008

OSORIO, el palomilla

OSORIO, el palomilla


Hace ya muchos años que no sé de él. Lo recuerdo con su tez trigueña, una nariz que me hacía recordar a un roedor, su cabello rebelde y chompa gris con un hueco en el codo que disimulaba con un parche de marroquí. Así era Osorio, el palomilla de 5 año “D” de la GUE Alfonso Ugarte, “Ochoro” para nosotros, Osorio para otros será recordado como el vulgar palomilla, el “vivo” del salón. Él pegaba a todos, nos lanzaba piedras y robaba lapiceros, reglas, cuadernos, libros, galletas y todo lo que veía sin custodia.

Nuestro salón de clases era como el de toda escuela fiscal. Hoy ya mayor, puedo decir que allí se reflejaban todas las clases sociales e idiosincrasia humana. Los que se sentaban adelante eran los que iban a aprender, los del medio, los que trataban de hacerlo y los del fondo, quienes iban a hacer del salón un satélite de su bajo entorno social.

Todo esto viene a colación al pensar dónde reside el mal de nuestra sociedad. Creo, pero puedo equivocarme, que ya tengo la respuesta: en la escuela.

Al menos, eso es lo que he vivido. Si alguno de los lectores recuerda su escuela verá que tengo razón. Muchas veces frente al abuso de los “malos” del salón, uno pensó en cambiarse a ese bando. En cambio otros siguieron tercamente el derrotero que les enseñaron sus padres y, al final, la vida los premió o al menos su conciencia les permite mirar a todos a los ojos. Lo que fue visto por una “palomillada” por el maestro, se convertirá, tal vez, en un delito mayor con el paso del tiempo. ¿Porqué no lo detienen antes? ¿Porqué dejan que madure el mal?

¿Pero qué fue de ellos, “los vivos” del salón? Me imagino que ahora deben estar haciendo lo mismo a lo que se acostumbraron en su escuela, en cualquiera de sus campos profesionales: extorsionar, robar, engañar y otras tantas maldades que pueblan el lado oscuro del alma, claro que de una manera más elegante.

Es allí donde puedo explicar todo lo que ha pasado en estos últimos años. Al “vivo” se le ve como triunfador; no importa cómo consiguió sus objetivos y hasta es objeto de admiración por otros menos privilegiados mentales. Así tenemos: ladrones de cuello y corbata que no tienen la vergüenza de robar hasta panetones a niños minusválidos, o millones de dólares. No importa la cantidad o calidad del robo, el hecho es lo condenable.

Nuestra sociedad actual ha degenerado tanto que ve en estos seres el éxito personalizado, ellos son los triunfadores y todos quieren ser como ellos.

¿Pero qué hace la sociedad frente a tanta podredumbre? Silencio. El silencio cómplice actúa allí, viviendo de toda esa lacra mientras esta le da sustento. Así tenemos explicación a que hechos tan detestables pasen inadvertidos bajo nuestra complicidad. Muchos hasta ahora admiran la “inteligencia” de algunos para robar millones de dólares. ¿Hasta dónde hemos llegado?

Así emito otra teoría: ¿Serán los malos quienes tienen el poder en el país? Y si es así, ¿por qué los dejamos?.

Miren a su alrededor y me darán la razón: Miren por ejemplo a su jefe, ¿cómo es su carácter? ¿Es cordial, comunicativo, presto al dialogo? ¿Hace que trabajen lo justo? ¿No les permite trabajar más de 10 horas diarias? ¿Piensa que tienen familia, padres, esposa, hijos? Felicitaciones: Cuídelo. Pero si no es así, pregúntese: ¿Cómo puede llegar una persona con tan pocos valores a ser cabeza de un grupo humano? ¿Cuántos figurarán en su lista de personas atropelladas en sus derechos más elementales?

Tome una combi, mire al chofer cómo trata al usuario, como está vestido. Hasta ha perdido su amor por el mismo. Observe cómo rompe las reglas de tránsito, como goza al hacerlo. Como muchas veces soborna a la autoridad. ¿Raro, no?

Camine por las calles del centro. Gente arrojando papeles al suelo, paredes pintadas, ladrones que roban y hasta le abren camino al momento de escapar.

Hasta tener fama de “buena gente” es un estigma para algunos. Un día una persona me dijo que si pienso así nunca llegaría a ser jefe de una oficina como si lo era él. ¡Horror!, Prefiero bendiciones a maldiciones. Es que hasta nos asquea el cariño, aprecio y amor de los demás.

El Perú tiene casi toda su vida republicana en el mando gente que se vanaglorio de ser dura e inflexible, y miren como estamos. En resumen los hechos demuestran que esa formula no funciona. ¿Por que no tomamos el otro camino?

Para finalizar, propongo un nuevo curso en las escuelas: El amor por los demás.


Oscar Pinto Sánchez

Las matemáticas y yo